13 de septiembre de 2015

EL CALIFA DE FEZ

Hace muchos, muchos años, en la antigua Persia, ocurrió un día que el mercader de lámparas y alfombras Ibrahulím de Yunán, se encontró acosado por la falta de ingresos y la necesidad de mantenimiento y coste de sus bienes más preciados. Estaba entre sus bienes la "Genius", nombre que daba a su lámpara de aceite favorita. Aunque ésta había iluminado su casa y su corazón en los momentos más oscuros de su vida otorgándole innumerables deseos, ahora necesitaba más cuidados de los que el esforzado Ibrahulim podía ofrecerle. Con gran pesar, Ibrahulim puso a la venta su lámpara a un precio acorde a su estado. En realidad era una gran lámpara, con un diseño y estructura difícil de encontrar en las lámparas más modernas.
Decidida la venta, la llevó al palacio del Califa de Fez, donde fue abrillantada por los técnicos en lámparas del Califa.
La lámpara realmente era capaz de conceder deseos, pues en su interior habitaba un genio bueno que decidía cuando había dado suficiente a su propietario y cuando debía cambiar de manos para conceder la felicidad a otros. Una de tantas mañanas bañadas por el intenso sol de Fez, el noble comerciante Al-Orioh, paseando por el mercado, se fijó en la lámpara. No fue casualidad el encuentro, pues ya antes la bella esposa de éste, atenta a los comentarios que le llegaban de sus servidores, le había hablado de las bondades de la lámpara.
La "Genius" ya había rechazado a otros posibles compradores, pero era lista y escogió a Al-Orioh por ver en él las cualidades que buscaba. Y Al Orioh, sintiéndose irremediablemente atraído por el poder de la lámpara, la compró. Ibrahulím se sintió entristecido al separarse de la "Genius", pero Alah había así dispuesto el destino y nada son los hombres comparados con los designios de los cielos.
Ejecutada la venta, ocurrió que inexplicablemente la lámpara no se encendió. Ibrahulím no conseguía entender la causa. La frotaba y la frotaba, le daba lumbre, pero nada ocurría. Justo antes de llevarla a Palacio, funcionaba. ¿Por qué no después? A veces, los destinos celestiales se manifiestan de forma que los hombres no somos capaces de interpretar, al menos de entrada.
Por el honor de su apellido, Ibrahulím debía arreglar la lámpara antes de entregarla al noble Al-Orioh. Volvió a llevarla a Palacio, pues el Califa era la única autoridad reconocida en Fez en materia de reparación de lámparas. A él y a sus genios de las dunas, Djinns comerciales e Ifrits mecánicos, se les otorgaban poderes de curación para todos los artilugios de la luz. Ciertamente, en Fez habían más reparadores de lámparas, pero su reputación no era buena.
No escuchó Ibrahulim las palabras del profeta Muhammad advirtiendo de que los Djinns, genios nacidos del fuego sin humo, eran seres capaces tanto que de ejercer el bien como el mal. Y que los Ifrits no son más que Djinns controlados por nigromantes humanos para maldecir y esclavizar a otros humanos.
El tiempo fue pasando sin que la lámpara funcionase. Los Djinns, los Ifrits y el mismo Califa usaban lenguajes diferentes, dialectos que la mayoría de los mortales no podían ni osaban comprender. Mezclaban conceptos mecánicos y eléctricos, frases del Corán y lecturas del Sagrado Libro de los Muertos egipcio para explicar sus acciones y visiones. Cuando Ibrahulim creía que un Djinn lo había entendido, se daba cuenta de que luego un Ifrit hacía lo contrario. Y aclarar un problema con el Califa no significaba que sus Djinns e Ifrits acatasen sus órdenes, pues a menudo se divertían inventando instrucciones opuestas y sembrando el caos y el desorden. Hasta el mismo Califa, un día decía una cosa y, el siguiente, la contraria. La desazón de Ibrahulim iba en aumento, a la par que la preocupación del noble Al-Orioh, que deseaba disfrutar en la noche de la luz de su nueva lámpara.
A medida que las lunas se sumaban, la desazón de Ibrahulim crecía. Parecía que ni el Califa ni sus genios tuviesen la menor idea sobre cómo arreglar la lámpara. Probaban extrañas soluciones, a cual más imaginativa y variopinta. Ahora unos pistones, ahora un rectificado, ahora una inversora, luego un eje, tal vez una hélice, tal vez el palo, el timón, la nevera o la punta del cimborrio.
Cada vez que un Djinn o un Ifrit daba una idea para solucionar el problema, el Califa apuntaba en papiro del Nilo multitud de símbolos cifrados repuntados con el símbolo mágico eurégico de la "€", al que todo mercader de alfombras temía. Como por encantamiento, cuantos más símbolos mágicos apuntaban los Djinns del Califa, más disminuía el peso de la bolsa de monedas de Ibrahulím, hasta que un buen día amaneció completamente vacía.
Y así se sucedieron días, noches, semanas y meses. En cuatro ocasiones entregó el Califa la lámpara y en las cuatro los hados del destino impidieron su funcionamiento. Al-Orioh, el comprador, respetuoso de las decisiones de Alah, aún pensaba que todo sería para mejor. Pero hasta la luz del Sol se apaga al esconderse tras el horizonte.
Cansado el notable Ibrahulím de ver como las lunas de primavera eran sucedidas por las del verano, agotada su última moneda esperando a que el Califa cumpliese su palabra de reparación, exasperado porque siempre que iba a verla la encontraba impresentablemente sucia y engrasada, en un sumidero de gasóleo y pez, el vendedor de alfombras acudió al Consejo de Ancianos en busca de palabras sabias.
Citaron los Ancianos la palabra de Muhammad y el noble Al-Advocat mostró a Ibrahulím el camino dispuesto por las leyes del Corán. A su vez, el sabio Al-Hantullaní, experto en usar lámparas entre Al-Andalús y las Al-Antillans, se ofreció a acompañarle a la siguiente entrega de lámpara. Ibrahulim había comprendido que la única intención del Califa había sido la de liberarlo del peso de su bolsa de monedas. Estas, sin embargo, ya no volverían. ibrahulím mostró su corazón a Al-Orioh y éste pudo comprobar en persona las aptitudes del Califa y de sus traviesos genios. Comprador y vendedor sellaron su camino y se encomendaron a la voluntad de Alah.
Tras discutir con el Califa y gracias al sabio Al-Hantullani, Al Orioh consiguió sacar la lámpara de Palacio, no sin tener que aceptar que ésta se encontrase anegada en gasóleo y sometida a extrañas vibraciones. Llevada por fin a su noble casa, procedió a terminar de sacarle brillo con la ayuda de sabios de su pueblo natal. Demostráronse entonces los errores cometidos en palacio y el Califa, rodeado por una negativa carga creciente, terminó por arreglar la lámpara de verdad, no sin antes tratar de vaciar también la bolsa de monedas de Al-Orioh, cosa a lo que este se negó rotúndamente. Durante un tiempo aún, la pez no dejó de brotar de las entrañas de la lámpara, encontrándose piezas mal montadas y correas de alternador cortadas un poco a posta, verbigracia de los vengativos Ifrits de la cohorte del Califa.
Dicen que el noble Al-Orioh tuvo que hablar alto y claro al Califa y acogerse al Tribunal de Ancianos de Bagdad para librarse de sus bromas y pretensiones. El Califa se olvidó de Al-Orioh y éste pudo disfrutar de la luz de su lámpara, que contenta por los cuidados dados, empezó a concederle los desos de su corazón.
Según cuenta la leyenda, el Califa sigue habitando su Palacio, esperando a que algún desventurado cruce su puente levadizo para llevarle otra lámpara a reparar con la que entretener y divertir a sus genios infernales y poder escribir pliegos y más pliegos de símbolos mágicos. Tú, caminante del camino, ya estás advertido. Ojalá si fueses el próximo, te encuentres entre los que el azar le ha sonreido. Si algo de esto aún no has entendido, ubica a Fez en Premià, transforma a Palacio en Varador y ubica a autor, cual propietario de lámpara o velero malherido.

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